Penumbroso era el subsuelo donde los mellizos Maddox ocultaban lo que había venido a su encuentro. Aquello, cercano y extraño, había zarpado desde las estrellas y, con habilidad, había interceptado sus comunicaciones.

Afirmados en su posición, tanto Helena como Archer ignoraban los efectos de la proximidad a un escenario que trascendía el planeta. Militantes de sí mismos, los mellizos subestimaban el contacto con esos seres de enredada anatomía. Cegados por su historia, sólo veían cómo maximizar los beneficios que mantendrían vivo a Bitanat, el hambriento monstruo corporativo que comandaban.

A partir del intercambio con aquello extraño, un sesgado retrato de la especie humana comenzó a pintarse. Sin embargo, tarde descubrirían los mellizos que aquellos que habitaban los colosos del firmamento no eran los únicos extraños que, desde las hendiduras del espacio, observaban ávidos aquel oscuro escorzo de humanidad.