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Marisa recorre día y noche los pasillos del sanatorio, ese templo de refugio de sufrientes, ese espacio de recuperación y condena, esaclínica que es su espacio de trabajo, también su hogar. En los pasillos del dolor no está sola, varias presencias reales y fantasmagóricas la acompañan. Provenientes del presente y del pasado, estas presencias la invitarán a mirarse de lleno en el espejo de la vida y a curar viejas heridas. Hasta ver el mar es una novela repleta de ternura que relata el vínculo entre Marisa y sus fantasmas. Cada historia ata a la protagonista con un hilo no demasiado invisible, al igual que ocurre con Esther, esta enfermera ya muerta que la acompaña. En los brazos de Marisa aparecen ataduras lastimeras como el recuerdo vívido de la relación violenta con su exmarido, su hija muerta, su madre moribunda, pero también sogas suaves que le permiten aferrarse a un aquí y
ahora con posibilidad de futuro. ¿No es acaso esto lo que siente por Mariano?
Hasta ver el mar nos invita a ponernos en la piel de Marisa, a sentir con ella esos hilos, a seguirlos, a cortar algunos y a vivir. Porque después del dolor se vive. O eso por lo menos es lo que uno espera cuando va leyendo ávidamente esta novela que no puede dejarse hasta el punto final.
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Marisa recorre día y noche los pasillos del sanatorio, ese templo de refugio de sufrientes, ese espacio de recuperación y condena, esaclínica que es su espacio de trabajo, también su hogar. En los pasillos del dolor no está sola, varias presencias reales y fantasmagóricas la acompañan. Provenientes del presente y del pasado, estas presencias la invitarán a mirarse de lleno en el espejo de la vida y a curar viejas heridas. Hasta ver el mar es una novela repleta de ternura que relata el vínculo entre Marisa y sus fantasmas. Cada historia ata a la protagonista con un hilo no demasiado invisible, al igual que ocurre con Esther, esta enfermera ya muerta que la acompaña. En los brazos de Marisa aparecen ataduras lastimeras como el recuerdo vívido de la relación violenta con su exmarido, su hija muerta, su madre moribunda, pero también sogas suaves que le permiten aferrarse a un aquí y
ahora con posibilidad de futuro. ¿No es acaso esto lo que siente por Mariano?
Hasta ver el mar nos invita a ponernos en la piel de Marisa, a sentir con ella esos hilos, a seguirlos, a cortar algunos y a vivir. Porque después del dolor se vive. O eso por lo menos es lo que uno espera cuando va leyendo ávidamente esta novela que no puede dejarse hasta el punto final.